Argentina vive entre dos pasiones: la bronca y la esperanza

En Salta, la política volvió a convertirse en un juego de espejos. Todos dicen representar “al pueblo”, pero pocos pueden mirarse sin culpa en el reflejo. A semanas de las elecciones del 26 de octubre, el clima es de resignación y desconfianza. Ni los libertarios logran sostener el entusiasmo que los llevó a irrumpir como outsiders. La “revolución del león” rugió fuerte en redes, pero en tierra salteña apenas alcanzó para un bostezo. María Emilia Orozco, la cara visible de La Libertad Avanza en la provincia, no logra romper el cerco territorial de las viejas estructuras políticas. El Mileísmo parece haber entendido tarde que sin territorio no hay milagro y que los likes no alcanzan para llenar las urnas.

El peronismo, por su parte, repite su historia como tragedia y como farsa. Juan Manuel Urtubey intenta una resurrección política junto a Emiliano Estrada, buscando rearmar el espacio bajo el sello de Fuerza Patria. Pero el retorno del exgobernador divide más de lo que unifica. El “Oso” Leavy, fiel a su estilo combativo, decidió patear el tablero y competir por su cuenta. La fractura del justicialismo salteño es tan visible que ni los propios dirigentes intentan disimularla. Cada uno juega su partido y todos hablan de unidad, mientras los votantes cambian de canal.

En el medio, Flavia Royón intenta construir una alternativa con sello técnico y respaldo saenzista. Representa el equilibrio, la gestión y la moderación, pero en tiempos de hartazgo eso se traduce en tibieza. Gustavo Sáenz mantiene su silencio calculado, más preocupado por sostener la gobernabilidad que por bendecir candidatos. Su estrategia parece clara: dejar que los demás se golpeen y llegar entero al día después.

Lo cierto es que en Salta la bronca existe, pero ya no tiene bandera. El Mileísmo no logra capitalizarla; el peronismo la desperdicia en internas; y el oficialismo la administra sin resolverla. En los barrios, la gente habla de precios, de changas, de inseguridad y de un futuro que no termina de llegar. Nadie espera milagros, pero tampoco más promesas vacías.

La provincia, como el país, parece atrapada en un loop de desencantos. Los políticos siguen jugando al ajedrez mientras la mayoría solo intenta llegar a fin de mes. Y aunque todos dicen tener la fórmula para cambiar las cosas, en Salta la sensación es otra: que los discursos se gastaron, que la bronca ya no se traduce en votos y que la libertad, esa palabra tan manoseada, todavía no avanza.

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